Cuatro estaciones

La vida tiene distintas etapas durante las cuales vivimos muchas experiencias, conocemos personas, renunciamos, duelamos, crecemos. Unos días nos sentimos dueños del universo, otros solo deseamos cerrar los ojos para que el sueño nos borre los dolores aunque sea por un tiempo. Como leí una vez, la naturaleza vibra en cada una de nuestras células y pertenecemos a un universo cuyo equilibrio encuentra un eco en nuestra energía. Somos como los árboles cuyas hojas caen, se renuevan, resquebrajan y vuelven a respirar fortalecidas. Y esto nos sucede también con algunas relaciones. Pasamos por las cuatro estaciones a lo largo de los años o incluso a veces en pocos días, y también somos testigos de los cambios sorprendentes en nuestro interior.

El cambio es inevitable en la madre tierra pero también una manera de despojarnos de lo que no nos deja avanzar, aceptar lo que la realidad nos muestra y adaptarnos a una nueva piel para volvernos a abrazar e invitarnos a crear una mejor versión de nosotros. Cuando esto sucede, no es casual que la vida nos presente personas que resuenen con lo que debemos aprender y transcender. Son los maestros más especiales que podemos tener, un espejo en donde mirarnos para comprender lo que nos sucede. Yo les agradezco eternamente a todos aquellos maestros que me enseñaron tantas cosas de mí que nunca parecen terminar y, en especial, a mi último maestro con el cual transité las cuatro estaciones varias veces hasta dar un par de vueltas al sol.

Comenzó siendo una primavera, con el corazón alborotado y llena de ilusiones, de colores, con la pasión intacta para sembrar un jardín entero lleno de flores. Aquí aprendí a volver a celebrar las sorpresas que Dios nos tiene preparados en momentos donde hay dudas o miedos. La confianza y la fe crecieron y alimentaron mis días. Luego,él me mostró un otoño inesperado y feroz, donde mi bosque quedó desnudo, mis hojas en el suelo y mi vulnerabilidad expuesta. No hubo ni siquiera verano, todo se adelantó drásticamente. Fue entonces que tuve que vestir mi desnudez con lo que encontraba a mi paso, esconder mi corazón por temor a que lo vieran indefenso y alguien pudiera aprovecharse de eso. En este período oscuro y de tristeza, descubrí el don del perdón en niveles que jamás había conocido. Cuando alguien nos despoja de esa pureza que conservamos desde la niñez, reconstruirla lleva tiempo y mucha autocompasión además del perdón. Después de varios meses y desde lo más profundo de mi ser, pude ver a mi maestro más allá que incluso sus propios ojos. Comprendí que traía un dolor y una desconfianza incalculables, lo que le hacían destruir árboles a su paso sin saberlo. Entonces lo abracé en silencio y le deseé templanza y coraje para atrever a mirarse esas heridas y dejar entrar luz sanadora para curarlas. Logré vislumbrar en su alma una semilla de bondad, lealtad y sobre todo un amor tan puro y profundo que nunca había sido estrenado. Así sentí cómo la voluntad de Dios me hizo encontrar una parte inmensa de Él en su corazón y el verdadero perdón se hizo carne, tanto que ya no hubo rastros de ese otoño que dolieran.

Después vino un verano fugaz, con chispas de sol que iluminaban de a poco los amaneceres. Paso a paso el calor de una nueva etapa del vínculo parecía nacer, era volver a reconocernos desde otro lado hasta que vino un invierno en pleno enero y todo se tornó confuso y desesperanzador. Otra vez sus miedos y su crueldad me mostraron un lado oculto que hicieron que mis flores se marchitaran. En el medio perdimos una estrella única y la más brillante de todas, lo que hizo que la desolación sea aún más grande. Yo no sabía cómo seguir, me faltaba esa luz, y tenía que caminar sin rumbo fijo. Pero, un día, mi maestro se atrevió a pedirme ayuda. Habían envenenado su alma hacía tiempo pero recíen había logrado darse cuenta y durante años se había acostumbrado a vivir sin ser feliz, obligado a perder su libertad y a entregar su corazón de manera inconciente solo por la locura de alguien que creyó que debía ser objeto de su posesión sin importarle su voluntad ni sus deseos. Finalmente, pude ayudarlo a encontrar una cura y su espíritu se limpió de esa energía oscura y, sin pensarlo, comenzamos una primavera nuevamente pero con otros matices y aromas, nuevos brotes y capullos más fuertes y bendecidos. Ya no tenía la venda que le impedía verme de verdad. Ahora era testigo de cómo empezaba a convertirse en aquello que le habían negado y también entendí que quizás lo que me había mostrado en el pasado era el resultado de haber estado rodeado de malezas tóxicas que no lo habían dejado buscar el sol que le correspondía.

Hoy continuamos en esta danza de las estaciones porque de esto se trata vivir. Bailar en medio del viento, la nieve, el calor y el frío y tomarnos de las manos para acompañarnos, sostenernos y alentarnos entre nosotros porque estamos continuamente aprendiendo. No debemos temer a avanzar y cortar raíces dañinas y largas porque nuestro corazón tiene la fuerza suficiente de crear nuevas. Seguramente no es fácil, pero la transformación es parte de nuestra naturaleza y el dolor bien entendido enseña, fortalece y se encarga de levantar muros para dolores más fuertes que vendrán, es la música de la experiencia.

Por eso te digo gracias maestro por las experiencias vividas y espero que halles un sol eterno en tu horizonte cuyos rayos te abracen sin quemarte, te iluminen sin cegarte y puedas distinguir a aquellos que solo buscan ganar tu amor y confianza lastimándote. Yo te ofrezco mi verde copa que da la sombra que necesitas en días díficiles para descansar, cobijarte entre mis ramas cuando busques un abrazo sincero y regalarte ese oxígeno extra que a veces hace falta para caminar. Eso sí, jamás te olvides que puedes brillar más que todo el firmamento. Solo cierra los ojos, salta hacia el arco iris y confía en la melodía que viene del aire y nace en tu corazón.

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